Hace unos días tropecé con este libro, “JUNG o la búsqueda de la identidad“, de Anthony Stevens; un famoso analista junguiano, psiquiatra evolutivo y escritor británico; y digo tropecé, pero quizá más bien debería decir que me hicieron tropezar con él, de lo contrario, nunca lo hubiera leído. Digamos que en mi balance tiempo-prioridades, últimamente tan perjudicado, no lo habría incluido por nada del mundo. Gracias amore por “empujarme y perseguirme” hasta hacerlo : )
Es un libro que todos deberíamos leer pero lo que aquí os transcribo y comento es solo un pequeño extracto. Es un fragmento que, como mujer y madre, me ha impactado de forma brutal y vital. Si eres una madre como yo no te pierdas lo que ahora te voy a contar:
Es una parte contenida dentro del Capítulo cinco: INFANCIA, “El programa arquetípico”. Sí, ya sé que suena a densa filosofía científica pero nada de eso. Así que, por favor, no hagas como yo y disfruta de lo que nos cuenta A. Stevens porque te va a conmocionar, luego lo comentamos : )
(todo el texto marcado a continuación en color son fragmentos transcritos literalmente de la obra “JUNG o la búsqueda de la identidad”, Capítulo cinco: Infancia, El Programa Arquetípico, El eros materno, de Anthony Stevens.)
La aventura de ser madre
Los cinco primeros años de la vida constituyen el período de mayor actividad para el sí-mismo. En este breve segmento del arco vital se ponen los cimientos que determinarán la estructura futura de la personalidad. De todos los programas arquetípicos que se activan en esta etapa de la vida, el apego mediador a la madre es el más decisivo. El carácter satisfactorio o insatisfactorio de esta relación primordial influirá en todas las relaciones posteriores con las personas, la sociedad y el mundo. Las relaciones con otras figuras significativas -padre, hermanos, abuelos, amigos de la familia, etc.- también son de capital importancia en esta etapa, pues, junto con la madre, ponen en funcionamiento (y ejercen su influencia en) la actividad de los sistemas arquetípicos relacionados con el juego, la exploración del entorno, la discriminación frente a los extraños, el desarrollo de la conciencia del género y la sexualidad, la adquisición del lenguaje, la formación del complejo moral, la persona y la sombra, y el ánimus o ánima. Todos ellos rasgos esenciales de la prescripción arquetípica para los primeros cinco años de vida.
El carácter satisfactorio o insatisfactorio de la relación entre madre e hijo en sus primeros 5 años de vida influirá en todas sus relaciones posteriores con las personas, con la sociedad y con el mundo”
Puesto que la base sobre la que se construyen los cimientos de la psique personal es la madre, comenzaremos por ella y por la cualidad arquetípica que mejor puede encarnar: el eros, el principio del amor.
¿Preparada para ser madre?
El eros materno
La primera y más urgente necesidad del sí-mismo es la supervivencia. Al nacer, el ser humano es uno de los más desvalidos de la creación, y, en comparación con las crías de otros mamíferos, parece indudablemente prematuro. Para que tenga alguna posibilidad de sobrevivir, necesitará un cuidado y una atención constantes de alguien poderosamente motivado para proporcionárselos. ¿Quién podría ser esa persona? La respuesta de la naturaleza es -y ha sido siempre desde el comienzo de la evolución de los mamíferos- la madre.
La tarea que debe cumplir la madre es agotadora y, en muchos aspectos, ingrata, por lo que es legítimo preguntarse por qué una mujer en su sano juicio puede estar dispuesta a aceptarla, máxime teniendo en cuenta la absoluta falta de equidad del trato desde el punto de vista de la economía sexual. El coste relativo para la madre, en tiempo, esfuerzo, calorías, libido y dolor, supera de tal modo al que representa para el padre que debemos preguntarnos si la naturaleza tiene el más mínimo sentido de la justicia. Pero los genes del padre sacan el mismo provecho que los de la madre. ¿Cómo ha sido convencida para conformarse con la situación durante todos estos cientos de miles de años?
¿Por qué una mujer en su sano juicio aceptaría la agotadora, ingrata e injusta tarea de ser madre? ¿Qué explicación puede haber?”
Lo que significa ser madre
La respuesta es el amor. Y la fiel entrega que el amor entraña. Este amor no es únicamente una cuestión de fuerza de voluntad o de condicionamiento social: una mujer no elige amar a su hijo. Es algo que sucede. Ha sido bien preparada por los meses de espera. Más adelante, instantes después del parto -siempre que no haya sido insensibilizada médicamente, con la mejor intención, por las personas que la asisten- percibe el desvalimiento del recién nacido y la necesidad que tiene de ella, y se ve conmovida por sentimientos de orgullo, posesividad y alegría.
La respuesta es el amor, pero no se trata de un amor voluntario. No elegimos amar a nuestros hijos, es algo que sucede”
El recién nacido también está preparado arquetípicamente para este momento, y de inmediato comienza a buscar el pecho. He aquí la descripción que hace una mujer de estos maravillosos momentos:
Cuando la enfermera cogió a mi primer hijo y me lo puso en el pecho, su boquita se abrió y me buscó como si supiera desde siempre lo que tenía que hacer. Comenzó a succionar con tal fuerza que me dejó sin respiración. Era como estar adherida a una aspiradora. Me eché a reír. No pude contenerme. Parecía increíble que una criatura tan pequeña pudiera tener tanta fuerza y determinación. Él también tenía un propósito. Era puro, porfiado y real. Aquel niño aspiraba la vida con todas las fibras de su ser. Y nadie se lo impediría.
Lágrimas de alegría cayeron sin vergüenza alguna por mis mejillas mientras mamaba. Me acordé de cuando pensaba que sólo cuando tuviera un hijo sabría lo que tuviera que saber. Ahora lo sabía. Es lo único importante que he aprendido en mi vida, y es algo absurdamente sencillo: el amor existe. Es real, sincero e increíblemente firme en un mundo en el que demasiadas cosas son complicadas, confusas o falsas.
Allí, en medio de todo aquel verde y blanco de la clínica, había descubierto qué era el amor. Era el encuentro de dos seres. La edad, el sexo, la relación no importaban. Aquel día, dos seres -él y yo- se habían encontrado. Nos tocábamos el uno al otro con absoluta sinceridad y sencillez. No había nada romántico ni solemne. No había obligaciones ni deberes, ni juegos de fantasía. Nos habíamos encontrado. Eso era todo. En algún lugar del espíritu éramos amigos. Yo sabía sin el menor asomo de duda que había encontrado algo real. Y real ha seguido siendo. (Leslie Kenton, “All I Ever Wanted Was a Baby”.)
Lo único importante que he aprendido en mi vida es absurdamente sencillo: el amor existe. Es real, sincero e increíblemente firme en un mundo en el que demasiadas cosas son complicadas, confusas o falsas”
Cómo ser una buena madre
Desde que los mamíferos aparecieron sobre la Tierra, madres e hijos viven su intimidad como algo trascendente y transpersonal, algo cuyo origen está más allá de ellos mismos. La peregrina idea de que cada relación madre-hijo debía ser nada menos que la reinterpretación de un antiguo tema biológico sólo se le podía ocurrir a un académico varón, como J. B. Watson, fundador del conductivismo. No obstante, hasta finales de la década de 1960 la psicología académica insistía en que el apego entre madres e hijos no era más que una forma de comportamiento que se adquiría mediante el “condicionamiento operante”: de acuerdo con esta idea, el niño sentía apego hacia su madre porque ésta le recompensaba repetidamente con alimento. Esta concepción fue bautizada con el apropiado nombre de teoría del “amor interesado”, y puede decirse que nadie la puso en duda hasta que fue atacada por el psiquiatra británico John Bowlby, en un artículo hoy famoso publicado en 1958. Bowlby defendía de modo convincente que el apego se producía no tanto por aprendizaje como por instinto. Madres e hijos no necesitaban aprender a amarse porque estaban programados de manera innata para hacerlo desde el mismo instante del nacimiento. La formación de los vínculos de apego es una expresión directa de la herencia genética de nuestra especie, afirmaba Bowlby.
Madres e hijos no necesitan aprender a amarse porque están programados de manera innata para hacerlo desde el mismo instante del nacimiento”
Así pues, la teoría de Bowlby concordaba a la perfección con la idea jungiana de que el vínculo madre-hijo se forma a partir de unos sistemas arquetípicos que actúan inconscientemente en la psique de ambas partes: cada una de ellas constituye el campo perceptivo responsable de evocar el arquetipo en la otra. El hecho de que este proceso esté impregnado de la experiencia del amor enriquece su significado para ambas partes. A la madre le concede la energía y la determinación necesarias para proporcionar a su desvalida carga su sistema de apoyo vital en un mundo hostil o indiferente. Para el niño, este amor es la base de toda su seguridad futura. “Es como si el cuidado materno fuera tan necesario para el correcto desarrollo de la personalidad como la vitamina D para el correcto desarrollo de los huesos“, escribió Bowlby (1951).
La experiencia del amor concede a la madre la incalculable fuerza necesaria para criar a su indefensa criatura. Para el niño este amor es imprescindible no solo para sobrevivir sino para el correcto desarrollo de su personalidad, de sus emociones y de sus futuras relaciones”
La triste realidad es que, del mismo modo que los niños que padecen carencia de vitamina D crecen con los miembros arqueados y deformados, los niños privados del amor de una madre son propensos a desarrollar raquitismos del alma. Este hecho fue observado tanto por Freud como por Jung mucho antes de que Bowlby lo expresara de modo tan gráfico. Freud calificaba el vínculo hijo-madre de “único, sin parangón (…) el prototipo de todas las demás relaciones amorosas, para ambos sexos”, y Jung afirmaba que esta relación era “la más profunda y la más decisiva” que conocía. Jung subrayaba también su base biológica, y la calificaba de “la vivencia absoluta de la serie de los antepasados, una verdad orgánica por antonomasia, al igual que la relación entre los sexos” (“Psicología analítica y concepción del mundo”, en Problemas psíquicos del mundo actual, págs. 247-248). De hecho, nuestra capacidad para establecer un vínculo duradero con una persona del otro sexo en nuestra vida posterior depende en gran medida del éxito (o fracaso) de esta “relación primordial” con la madre.
El vínculo entre madre e hijo es único, no tiene parangón, es la relación más profunda y decisiva. Los niños privados del amor de una madre son propensos a desarrollar neurosis y otros problemas psicológicos”
Una vivencia constante de los cuidados maternales adecuados concede al niño un regalo de incalculable valor al que Erik Erikson llamó confianza básica: la firme sensación de que se puede confiar en la madre, en el mundo y en la vida y contar con ellos. Esta etapa del desarrollo recibe a veces el nombre de fase del espejo, pues mediante su sensibilidad empática la madre puede reflejar las emociones que embarguen al niño y hacérselas inteligibles. Así pues, estas vivencias tempranas son cruciales para un desarrollo sano y, cuando tienen lugar satisfactoriamente, actúan como una inoculación natural contra el desarrollo de la neurosis en las siguientes etapas de la vida.
La relación que una madre ofrece es, pues, la más decisiva, y la mujer que acepta el papel maternal asume una responsabilidad inmensa y duradera. Por eso la naturaleza ha dotado con tal abundancia a la mujer de eros – el principio del amor y de la afinidad psíquica-, pues ¿de qué otra manera podría cargar con la responsabilidad que representa todo lo que se exige para llevar a su hijo hasta la madurez? En el mismo instante en que se forma la díada madre-hijo, el eros se constela, y de esta matriz nutricia nace la identidad consciente. Así pues, de la afinidad amorosa nacen la conciencia del mundo y la seguridad en el mundo. Amamos la vida en la medida en que el amor haya estado presente en nuestra primera gran aventura.
La mujer que acepta la maternidad asume una responsabilidad inmensa y duradera, por ello la naturaleza la ha dotado con tal abundancia de amor y afinidad hacia su hijo. ¿De qué otra forma una mujer en su sano juicio aceptaría cargar con la agotadora y muchas veces ingrata, e injusta responsabilidad que supone ser madre?”
¿Quiero ser madre?
Y después de leer esto te preguntas: ¿quién me mandaría a mi meterme en un lío como este? : ) Saber que la relación con tu pequeño bebé, y durante sus cinco primeros años, es tan importante y tan vital para su desarrollo futuro; tan imprescindible para que se convierta en una persona feliz, social y emocionalmente estable; tan fundamental para que llegue a ser una persona sana, que sea a su vez capaz de amar; es tan fascinante como abrumador, y casi da miedo.
Saber que la buena relación de una madre con su hijo, en sus primeros años de vida, es tan vital para él, es tan fascinante como abrumador y casi da miedo
Desde luego es una experiencia muy dura y solo ese amor ciego es capaz de explicar nuestra entrega total a ellos, pero también debo decir que todo lo que les damos nos lo devuelven multiplicado por mil. Gracias mi pequeño y adorado Leo: bicho, bichejo, pillo, pillastre, borrico y cabezón : )
Gracias a él y a la experiencia de la maternidad todo se puso patas arriba en mi vida y, al caer, las piezas comenzaron a encajar. Así surgió el proyecto de Cleoveo que ha cobrado vida. Un lugar donde encontrarás la prenda ideal para tu bebé, esa que se identifica contigo y con tu estilo de vida, que es tan única como él, y que se preocupa por su bienestar, por el tuyo, y también por el del planeta. Toda una filosofía de vida slowlife, sostenible y a contracorriente que se refleja en nuestro manifiesto, y con la que espero te sientas tan cómoda como lo estará tu bebé con su mono Cleoveo.
Amaremos la vida en la medida en que el amor haya estado presente en nuestra primera gran aventura”
Como os decía, este artículo me ha influido mucho y me encantaría conocer vuestra opinión. Vuestra opinión como mujeres y madres, saber cómo habéis vivido vosotras la experiencia de la maternidad, si estáis de acuerdo con esta teoría y si, como a mi, la maternidad os ha hecho cambiar de vida y encontrar de verdad vuestro lugar. Papás, vuestras aportaciones, por supuesto, también serán bienvenidas : ) Para hacerlo solo tenéis que dejar vuestro comentario bajo estas líneas.
Gracias Sonia Volpini, por estas preciosas fotografías que siempre me hacen revivir esos primeros e inolvidables momentos.
Un abrazo,
Cristina Cleoveo
Interacciones del lector